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*1

 

por Teófilo Cid

 

"En aquel entonces tú eras endeble y apasionada como la flor de las éplogas..." En esos términos de humano acercamiento define Pablo de Rokha la juventud de Winétt. Muchas veces me he sorprendido repitiéndolos, porque encierran a mi modo de ver, el contorno emblemático del bello carácter de esta poetisa, tan hija de la luz como una égloga, tan endeble y apasionada como las flores de Sarón. Ella creó un lenguaje, alto y sencillo, haciendo intervenir en su estructura el alado mecanismo de su corazón femenino, de su aristocrática gentileza, volcando generosa mezcla de sangre española y sajona. Para comprender a Luisa Anabalón Sánderson,2 hay que imaginarla, como una diosa tutelar en la vigilancia de su hogar, junto a sus hijos y al varón dramático que le deparó el destino. Fina y endeble como era, no pudo, sin embargo, desviarla, aquella compañía, del sendero de gracia incorporal que le trazaban las palabras que ella amaba. Tenía la fuerza de las madres antiguas, y, como las madres antiguas, su voz tenía el encanto inmemorial de las viejas profecías. Recordarla, es para mí un motivo de puro goce interior. Por eso, me niego a creerla sumergida, para siempre, en la tierra y prefiero creer que, como Eurídice, su estada en el seno mineral será muy breve y que, al regreso a la tierra de otras primaveras, su voz continuará cantando la perenne poesía.

 

Fragmento de un estudio sobre Winétt y su poesía.

 

 

1 En: SYD, p. LXVII-LXVIII.
2 Con tilde, p. LXII.