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*1

por Carlos de Rokha

 

Winétt de Rokha trabajó un lenguaje poético "absolutamente moderno" como quería Rimbaud, nuevo por eso mismo, surgido de la columna viviente de este tiempo estremecido. Y en su visión dramática y esencial de las cosas y su raíz y copa de sangre, arribó a zonas de tierra virgen e inexplorada, de insospechada hondura. Alcanzó, así, un clasicismo de temblor primigenio, que fue en ella auténtico porque nació del estallido de su ser y del combate que se produjo entre su verbo castigado, ardiente y riguroso, con la realidad que le dio su perfil transfigurado y quemante.

No hay antecedentes, en lengua castellana, de un equilibrio tan profundo entre la sangre, el grito y el sueño, y la medida de este equilibrio estuvo en su unidad clásica de ser y tiempo. Su verbo tenía raíz humana y directa, primordial y así fue su canto: insobornable en su originalidad, en su fuego interior, en su rostro tallado por la luz y la sombra.

Ninguna poetisa -antes de ella- comprendió tan luminosamente la diferencia que existe entre idioma y lenguaje creador, entre canto llano y expresión lograda.

No hay en su estilo vicios rítmicos, ni prosódicos. Su canto es puro como el primer grito de la materia, semejante a un ansioso descubrir la esencia misma de la vida y de las cosas en el suceder apasionado del río de la sangre.

Ella no fue ni mística, ni religiosa: fue algo más que eso: fue humana, sencilla y trágica y heroicamente humana. No buscó a Dios, ni a sus huecas criaturas de paja, arcilla y barro: buscó algo más que eso: buscó al Hombre y su búsqueda y el mágico resultado de esa búsqueda le dio un sitial en el Cosmos y en la Historia. En ella la palabra no fue puro sonido, ni intrascendente ritmo: fue imagen, revelación por dentro, fue llama y onda quemante, denuncia de un mundo agónico, proclama viva, impulso del sueño hacia una tierra donde sólo lo necesario palpita en estructuras de vital raigambre y eco.

Su riqueza verbal, primitiva y moderna a la vez, fue la del Continente acumulado de "El Valle Pierde su Atmósfera," el que encontró en su voz la palabra aún no dicha, la imagen recién forjada sobre la piedra y la raíz. Así fue de puro el material de su poética.

En el futuro -estoy seguro de ello- se hablará del clasicismo moderno de Winétt de Rokha, la mayor gloria y perfección que todo artista puede alcanzar en cualquier época.

Y el jardinero, deslumbrado en su tierra de imágenes cuando arranque de ella una planta esencial la verá salir con las raíces temblorosas y abiertas, mostrando riquezas unigénitas, colores y sonidos intensos, pulpa viva, materia cósmica, de estrella terrestre, de lágrima, de semilla y fruto.

 

 

1 En: SYD, p. XLIV-XLVI.