BALADA DE LA ARQUITECTURA ÚNICA
La orquesta oceánica de tus cantos,
esparce montañas, ríos, árboles en imágenes.
Vuelcas
hacia la tierra tu jarra
desbordante
de estrellas crepitadoras.
Flauta
de caña tu garganta,
hoja de acero tu
cuerpo vibrador,
copihue de sangre
tu corazón montañez,1
lirio negro
tu espíritu antenario.2
Roble a la intemperie, te azotan todos los vientos.
Gemidor
y contradictorio, eres el eje
de la época y de las cosas oscuras.
Dios
y Satanás arrullan tu alma,
engendrada en el vientre de la montaña.
Invernal y amarillo, todo lo alumbras,
con los
pinceles geniales de tus dedos.
Cuervo
graznador hacia el Poniente,
tu voz lúgubre
parece alzarse
detrás del biombo occidental de los sepulcros.
Domador
de los últimos símbolos,
domador de la palabra,
domador de la materia,
como el temible Dios
de Moisés.
Tus pupilas imprecisas,
me enervan, aún, como incandescentes luceros.
Rudo
como tronco de árbol,
alto como granizo al sol,
niño como tus hijos,
mostruo inexplicable
y atormentado,
tierno, inconmensurable hombre de antaño.
1 Ortografía incorrecta
de la palabra "montañés"
en ambas ediciones, p. 49 y p. 27 respectivamente. La
utiliza una vez más en el cuarto fragmento
de "El valle pierde su atmósfera," p. 182 en SYD; ver nuestra
nota 3.
2 Neologismo
de la autora.
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