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MERCADO
Mujer, pincelada en las murallas,
con un cesto de
humo fue y volvió;
el repujado de la falda,
el caer de la peineta,
el decir de los labios que
sonríen,
todo fue un instante.
Y el mercader
tuvo la conciencia de guardar,
junto con la moneda de la niña,
una coralina
que horadó
su codicia habitual,
como un amargo tiesto de música.
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