EN EL SALONCITO AZUL
XIII
La risa atiplada de Mimí se desgrana
en notas desafinadas en el saloncito azul de la romántica
Ivette.
Ivette es como
una figulina de Tanagra y Mimí como un bibelot de porcelana.
Ambas se ríen mucho: ¿de qué? Talvez del poeta de luenga melena
que las miró do- liente...
desde una butaca
de teatro; talvez de la carta en serio del enamorado militar
de bigotes rubios y de ojos con
pestañas verdes... (según Ivette, la irónica por excelencia.)
El
mundo contempla desde lejos1 a estas
muñequitas de carne sonrosada
y las
admira.
Ellas son felices, piensa el vulgo, y yo
no sé si tiene razón.
Ha llegado el momento de las confidencias. Sentadas en un diván a semejanza
de las exóticas hijas del país2 del Sol,
se cuentan sus secretos...
Y empiezan a caer, primero como gotas de rocío las confidencias blancas y luego como
un nubarrón de granizo las confidencias rojas... (aquéllas3 que
el confesor de la
parroquia cercana habrá de oír4 horrorizado.)
-¿Sí?... ¿Y después?
-Después...
ya ves: lo dejé ir porque hube de engañarme
a mí misma, porque yo era una señorita y no estaba bien
todo aquello...
-¿Y cómo te has conformado?
-No sé. Acaso la esperanza de encontrar otro como él...
-Y lo encontrarás...
Y da Mimí una mirada
que envuelve a Ivette y acaso
en su interior la encuentra bella porque sus ojos
parecen reflejar una confirmación a su respuesta.
Ivette entre tanto baja el cuadrito de la madona de Rafael, quita el cartón5 y de
entre éste6 y la cartulina saca un retrato.
-Vaya que es
hermoso, dice con orgullo.
-Sí, ya lo creo. Y al fin de cuentas
¿cómo es en la intimidad un poeta? ¿cómo
habla? ¿qué dice?
-No seas simple.
Un poeta, es un hombre como todos, habla como todos y acaso
sea un poquito más falso que el resto
de la humanidad...
-Y así le quieres
tú...
-Es que él no pertenece al rebaño, él es un poeta porque nació poeta así es que en
la vida real es tan normal como yo que sueño
sólo para mí y que para los demás soy tan vulgar como cualquiera. El arte verdadero no necesita de vana exteriorización para surgir
de entre la
turba que pretende hacer de él un ridículo
baluarte.
-Sin embargo, esas melenas, esos chambergos y esas corbatas
que ondulan son su-
gestivas. Un hombre sin esas cosas
no me hace la ilusión de un poeta.
-Acaso tengas razón, acabo de quitarle en mi imaginación a un amigo mío todas esas bagatelas y ha quedado un simple
figurón de teatro.
-Y ¿cómo distinguiste a tu poeta si no usa tales bagatelas,
como tú les llamas?
-Presintiéndolo y familiarizándome con él, leyendo las hermosas estrofas que ha
escrito y que son precisamente las que
me han hecho penetrar de lleno en su alma.
-¡Cómo me gustaría
conocerlo! Lo que me has contado se me figura algo así como un encantamiento...
-Desencantado
¿verdad?
Y se ríe de nuevo Mimí con la ocurrencia de Ivette que sin querer se ha entristecido...
1 "léjos," p. 106.
2 Sin
tilde, p. 106.
3 Ídem.
4 Ídem.
5 Ídem.
6 Ídem.
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