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Horas de Sol


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AZUL CLARO


XVII

 
Azul claro, muy claro, tienes los ojos: pálidos tus labios que han sabido enseñarme a descifrar el misterio dulcemente triste que se oculta bajo el sol; apasionado y suave tu corazón donde confiada se recuesta mi cabeza a la hora de las sombras...
 
Yo nací al calor de una creencia. Cuando mis alas ensayaban sus primeros vuelos, una tarde nebulosa y trágica rozaron ellas levemente las impías1 nieves de un cerebro. Más2 tarde, cuando el peso de la vida y el choque rudo de los azotes de la suerte las fortalecieron y les dieron impulsos para levantarse en alto, se tendieron al cielo.
 
En el espacio donde me remontaba cruzaste tú, espíritu de tentación, tú el de los ojos azul claro, de apasionado corazón3 y de labios empalidecidos.
 
Hablaste. Tus palabras fueron el arroyuelo límpido y sereno donde se bañó mi espíritu. Ante las sagradas promesas de una vida luminosa y activa se ensombreció la ruta que al cielo me conducía.
 
Mis alas se sintieron pesadas, el aire apenas4 las sostenía. Sus plumas habían desapa- recido: una a una, tú las habías arrancado curando sus heridas al calor de tus labios.
 
¡Y pude reír con el desprecio inconsciente de los que ríen5 ante un presente falso que reniega del porvenir!6
 
Hoy que de mis alas necesito para remontarme de nuevo allí donde vislumbré la paz celeste, hoy que quiero apartar mi cabeza de ése7 tu corazón apasionado, hoy lloro amargamente la pérdida de aquellas alas inmaculadas cuyas plumas van volando en desorden a través8 de la vida, incapaces de unirse para formar el canastillo de un nido...
 
 
 
 
1 Sin tilde, p. 130.
2 Ídem.
3 Ídem.
4 "apénas," p. 130.
5 Sin tilde, p. 130.
6 "porvenír," p. 130.
7 Sin tilde, p. 131.
8 Ídem.