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A MEDIA VOZ


III

 

La lamparilla de noche alumbra flojamente; la pluma sobre el papel es una ciega en un templo desierto. Tiene tacto, presiente la grandeza que la rodea y habla a media voz con la sombra.
 
¿Cuánto tiempo hace que vaga en la obscuridad de la noche? No lo recuerdo; digo mal, no quiero recordarlo. Es tan bello creer a la distancia en algo incierto, en tiempos sin principio y sin fin.
 
He subido hasta aquí. Él me señaló una ruta, cerré los ojos y emprendí la marcha. Mis pies están ensangrentados, mis manos tiemblan y no encuentro nada, nada de lo que me hizo creer que encontraría.
 
Evoco su imagen tenuemente1tostada por el sol, bella razón de los únicos momentos en que creí amar la vida.
 
El impulso de nuestros corazones nos señaló un camino que llevaba hacia la Vida. Fueron cuatro estaciones, cuatro peregrinaciones. La primera fue sencilla como una primavera de amor; la segunda, complicada y cruel, nos agobió con la fuerza misteriosa del sentir; la tercera fue larga y febrilmente humana: tuvo esencias terrenas de idealidad extraña; la postrera, fue breve, dolorosa y perdida; no conoció el secreto de la última agonía...
 
Junto al río que murmuraba en un ambiente perfumado por flores de azahar; junto a las piedrecillas que al pasar había refrescado el río; bajo las nubes blanquecinas que cruzaban rápidas la quietud del cielo, siempre intenso, como sus enigmáticas pupilas, siempre fijas en mi existencia de continuo2 atormentada, nos contamos una a una nuestras agonías, nuestros ensueños desbaratados por la suerte, nuestro mutuo3 amor purificado en la llama del imposible y por último nuestra muda y santa resignación.
 
Recuerdo que dos lágrimas bajaron por sus mejillas y se las enjugó riendo. De lejos puede parecer un hombre de voluntad; de cerca es sólo un niño... Un niño que a fuerza da hacer reír4 a los demás se ríe de sí mismo y de sus penas.
 
-"Ivette -me decía una tarde- los hombres como yo, deberíamos tener dos cuerpos: uno que quedara con la mitad del alma en una casa solitaria y otro que con la otra mitad sirviera de bufón a la vulgaridad ebria de sandeces y frivolidades."
 
¡Pobre niño mío! ¡Cómo hubiera querido seguir su exilio a través de la vida!
 
Sé que ha regado con su sangre las arenas de lo inevitable, sé que ha desoído la voz mía que pudo conducirnos a la felicidad, sé que hay en su corazón una fibra que se conmueve y en su cerebro un pensar elevado, sé que ama y respeta a la mujer y cree en los altos designios, pero no he sabido por qué no ha comprendido lo que se oculta bajo la sombra enfermiza de mis ojeras y entre mis labios temblorosos que no pueden jamás decirlo todo.
 
Río que murmuras, flor de azahar que perfumas el ambiente, piedrecillas del río, nubes que cruzáis5 el cielo, volved hacia él vuestros encantos con la intensidad de enton- ces, porque estoy segura que a vuestra vista habrá de recordarme, como yo lo recuerdo cuando miro el solitario sendero por donde se desfloraron las cuatro peregrinaciones de nuestra vía crucis...
 
 
 
 
1 "ténuemente," p. 38.
2 "contínuo," p. 39.
3 "mútuo," p. 39.
4 Sin tilde, p. 39.  
5 Ídem, p. 40.