CHARLA
V
...Y como siempre que voy hacia la conquista
de una idea que se me escapa,
me eché
a volar por las nubes, hasta que traje, envuelta en brumas y resplandores de estrellas, la
que hoy retoña, como la otra que guardo
siempre en flor...
-Y ¿cuál es esa?- dijeron a una voz Luis y las hermanas Eugenia y Aglae.
-Vulgar, muy vulgar, amigos míos, contestó Ivette. Pero en su misma vulgaridad,
acaso es grande, si se sabe hacer de ella algo nuevo. Sufrir por amor: he ahí la idea.
Eugenia se echó a reír con el desparpajo
de siempre y arguyó:
-Si esa idea te la han sugerido las musas, ríete de ellas y diles de mi parte que no
saben ser mujeres.
Ivette
había hecho un gesto significativo a
Luis, que se había sentado junto a ella
y concluyó una frase que parecía haber
tenido en suspenso:
-Las musas, hija mía- dijo dirigiéndose a Eugenia -no me sugieren idea alguna. Como buenas mujeres, no hacen buenas amistades
conmigo. Quienes me inspiran son
los gnomos.
-¿Los gnomos?... y ¿qué son ésos? dijo llena de asombro la ingenua1 Aglae.
-Los gnomos,-empezó Luis, tomando un aire de sabiduría
que habría hecho reír2 a cualquiera, -son unos hombrecitos pequeños,
pero inteligentes, que habitan
en el fondo
de la tierra...
-Precisamente, dijo Ivette, son tan hábiles,
que no se dejan ver como las musas. Salen en la sombra,
viven y hablan en la sombra
y creo que hasta
besan, si tienen
opor- tunidad...
-¿Y cuentan muchas cosas? preguntó Eugenia burlonamente. Me gustaría oír3 alguna historia relatada por tan extraños personajes.
-Voy a complacerte, -dijo Ivette- contándoles la última aventura del rey de los gnomos. Es bien interesante.
El rey se llama... ¡mi memoria!
En fin, pongámosle un nombre cualquiera: Gastón.
Dicho rey habitaba en lo más4 hondo de la tierra y había vivido muchos años, como
que ya empezaba
a blanquearle su hermosa y luenga barba.
Se dice que un día salió a la luz del sol y deslumbrado ante tanta claridad,
cantó exóticas baladas, nunca oídas a flor de tierra, las que resonaron como si las trompetas
del juicio final hubieran lanzado
al viento sus proféticos
sones. Sin embargo, la voz del
viejo rey no fue oída por los hombres. Aquellas baladas,
orgullo de los misteriosos
gnomos, dormían un sueño de paz en la garganta
metálica del rey. Empero, hubo un
corazón de mujer que sintió repercutir en él tales baladas y atraída por la música de su voz
llegó hasta él.
Ella iba de la luz, él venía de la sombra. Se entabló lucha. El rey de los gnomos le
tenía miedo al sol, pero en la sombra
aprisionó en sus brazos a la hermosa.
Como las mariposas ella amaba la luz y quiso atraer a su amado hacia la oscura claridad del mundo, a quien pensó decirle éste5 es
mi amado, al hacer rodar, entre los
hipócritas, dos almas blancas unidas por los sagrados lazos del amor, a semejanza
de dos garzas en contra de la corriente de un río.6
Y aconteció
que el rey, enfermo de hastío y de pesar por no poder complacer
a la que amaba tan tiernamente,
se ocultó para siempre en las entrañas
de la tierra.7
Ella, desde entonces, de tiempo en tiempo, llama a su Gastón,8 voluntariamente sepultado.
Se cuenta, por último, que los mas hermosos donceles
solicitan el amor de la elegida
del rey y ella,
siempre fiel al que juró en la escalinata del pasado, lo siente retoñar, porque nunca ha dejado de regarlo con lágrimas de vida.
-Hermoso, dijo Eugenia-
pero el final no me parece bien. Yo, en lugar de la her- mosa,
una vez desaparecido el rey, cuando
menos9 habría buscado un paje para que me consolara...
-No, -interrumpió Aglae, -porque hay reyes de reyes y a quienes
no es posible sustituir.10
-Yo quisiera saber al fin de cuentas,-dijo Luis, -lo que piensa Ivette. Ella cuenta historias, oye juicios, pero ni aprueba
ni desaprueba nada.
E Ivette repuso:
-¿No recuerdan
el tema que había elegido para mi último cuento?
-Sufrir por amor. ¿No
es eso? -dijo Eugenia:
-Exacto. ¿Acaso otra cosa practica
la heroína de lo que acabo de contar?
Si elegí el tema, es porque lo apruebo.
-Y en ese caso ¿habría hecho Ud. otro tanto?- dijo
Luis irónicamente.
-Por supuesto, pero con un paréntesis: siempre que el rey, de vez en cuando,
hubiese dado señales de vida.
La risa se hizo
general.
Después de la charla de la tarde, ya por la noche, Ivette llamó a sus gnomos y les preguntó por el viejo rey del cuento. Duerme contestaron ellos, y enfermo de luz, de
corazones, de todo, piensa hacer música con la letra de sus baladas para esparcirlas por
el mundo.
Y espera Ivette las baladas
del viejo rey, que habrán de cantarle
los gnomos, para con
ellas hilvanar historias que habrán de entretener
a sus amigos durante las interminables11 noches del recuerdo.
1 "ingénua," p. 50.
2 Sin
tilde, p. 50.
3 Ídem,
p. 51.
4 Ídem.
5 Ídem,
p. 52.
6 Ídem.
7 Sin
punto, pese a la mayúscula posterior.
8 Sin
tilde, p. 53.
9 "ménos," p. 53.
10 "sustituír,"
p. 53.
11 "interminable," p. 55.
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