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ÚLTIMA PLEGARIA

  
VII

 
 
Ella vio a su marido inclinarse sobre su rostro temeroso de que su fin hubiera helado su frente y dejado de latir su joven1 y viejo corazón. Sintió ahogados sollozos en la estancia vecina, plegarias infinitas que subían al cielo.
 
¿Era por ella que lloraban? Sí,2 mas ese rostro que amaba con una dolorosa obsesión de reconquista inútil, al inclinarse sobre ella hizo subir una ola de amargura a sus labios mudos ya con la última agonía.
 
Cerró los ojos para no verlo y hacer creer que toda sensibilidad había muerto en ella: mas3 de lo íntimo de su alma se elevó una plegaria fervorosa y resignada.
 
"Señor4 de los señores, que mi alma en una muda contemplación se inunde de luz en la oscuridad donde se sume mi cerebro al querer penetrar Tus arcanos.
 
Cristo y señor mío, quiero apurar el cáliz que apuraste en tu agonía para que la fe prenda en mi interior un absoluto convencimiento de lo eterno.
 
El cansancio del frívolo contacto con el mundo me hizo acercarme a Ti pero soy humana y aun quedan entrelazadas mis esperanzas con las cadenas dolorosas que me tenían cautiva.
 
Voy hacia Ti. La ofrenda de mi ser es pobre, mis manos al elevarse quieren mostrarte algo de valor para pedirte gracia y sólo mi corazón ensangrentado elevan, un corazón sin voluntad, un corazón que no pudo vivir la vida de los hombres y se hincó la saeta venenosa del análisis; un corazón que luchó contra las malas interpretaciones, un corazón que sufrió el azote de las sonrisas imbéciles, un corazón humano con esencia divina.
 
Pero como sois grande y misericordioso recíbeme y concédeme la gracia de volver en espíritu a este mundo que no he podido comprender, quiero volver de las misteriosas regiones de donde nadie vuelve para leer en su alma lo que no he leído5 en sus ojos."
 
Dulcemente se quedó dormida para siempre y su alma torturada, purificada con el voluntario sacrificio, quedó suspendida en el espacio, atraída6 todavía a la tierra por su última plegaria.
 
Labios trémulos por el llanto cerraron sus ojos, piadosas manos cubrieron con el fúnebre traje su rígido cuerpo. Una paz celestial se extendía sobre su rostro cuando cu- brieron el túmulo.
 
Todavía se aspiraba el olor a las flores mezclado con éter y el de los cirios apagados en la estancia donde estuvo la capilla ardiente.
 
Él7 se encontraba solo. Sombrías debían de ser sus reflexiones porque su rostro se contraía8 a impulsos de encontrados sentimientos.
Un gemido lo hizo estremecer. Buscó y no vio a nadie; llamó y no le contestaron. Una ligera nube se deslizaba por la entreabierta ventana. ¿Sería su alma? ¿Qué pensamiento sorprendió en él para alejarse lanzando un gemido tan doloroso?
 
Almas, que al despojaros de la envoltura carnal que os pesa para seguir viviendo; almas que valerosas cruzáis9 la frontera de lo desconocido; almas que sois esperanza y fe, no esperéis10 encontrar repercusión de ideales en los seres que quedan en contacto con las banalidades de la vida.
 
 
 
 
1 "jóven," p. 65.
2 Sin tilde, p. 65.
3 Con tilde, p. 66.
4 Coma, p. 66.
5 Sin tilde, p. 67.
6 Ídem.
7 Ídem, p. 68.
8 Ídem.
9 Ídem.
10 Ídem, p. 69.