LOS VIAJEROS MARAVILLOSOS
Como si
se estrellaran cristalerías en cántaros de plata
vibraron así sobre los puentes
de los barcos rusos
los niños españoles: eran humo y yerbas, sangre y luz política,1
luciérnagas asombrando un crepúsculo ya caído de polvo
y de miseria.
Las arenas mojadas de
lágrimas y muerte,
endurecidas, enfriaron los pies de dos mil madres,
despidiendo a los que llevaban
la estrella de
la tarde prendida en las entrañas como una rosa abierta.
Niño moreno y dulce, del más allá
sin playas,2
donde un pájaro
de oro rememora archipiélagos,
el arco iris de tu risa quebrada, incendiará la
humanidad,
cuando setenta barcos anclen
bajo las brumas.
Plata
de terciopelo negro, terciopelo
negro de plata,
extendidos en el añil
profundo de la muerte,
eso, nada más que eso a tus espaldas...
Ahora, la mano tranquila de Rusia se florece sobre tus sienes,
son las rosas
de todos los sueños, son los almendros
de todos los vientos,
la música, el color,
el libro, la miel de los panales desconocidos
la que asalta tu imaginación poderosa, flor de tragedia.
Ya
no interrumpirán tu sueño las bayonetas fascistas,
el bolchevique adivina y
venera los niños
peinándole los cabellos bajo
el sol y la sombra de la industria y la riqueza,
por eso, entre sus nieves y sus torres,
entre sus estepas y sus cañones y sus aviones multitudinarios,
florido de fusiles y ametralladoras,
tú,
niño de España, hallarás un nido, el más blando que el amor podía construir,
un nido de golondrinas, de barro, de
diamantes, de trabajo,
para las criaturas de la España republicana y mártir, 3
entre sus ruinas imponentes.
1 Sin
coma en Oniromancia, p. 61.
2 Ídem.
3 Ídem,
p. 62.
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