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Los milicianos establecen una raza complementaria,
roja, eminente,
desde que trasladaron
margaritas de jornadas en cabriolas
lanzadas, de superación en
superación, en un esquema de aliento caliente.
Acelerando mi consejo guerrero de antaño, cachorro de león,
voy, en temerosa vestal, entre la marcial
ilusión cooperadora metálica,
y el destello militante, imperativo, de mi graciosa familia de ágata.
La crisálida
suprema de la sabiduría -Safo inmortal-
duele
ensangrentándome las uñas de origen
escocés,
cuando mi espalda de misal,
desnuda y peregrina de diosa,
recibe un culto de nácar y real cosecha paulatina por tatuaje.
Llenan de
frío y brea los zapatos rígidos del cadáver invertido,
el acordeón
de las amapolas mutiladas, peludas, lentas,
las señoras ranas de virtud, los lagartos cantores, cocodrilos, de fórmula,
el sapo burgués calenturiento,
cetrino, de intención turquesa.
Mariposas con complejo azteca entre la liga-luna
zopilotes atorrantes de portavoz
negro por senderos de hambre con obreros
tan pálidos como la cólera.
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