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Café, delito agri-dulce y escarlata, coraje,
examen, sigilo,
pequeño nudo y reto contagioso y desafiante olfato, opio, sardinas,
sobre sofocadas bocas, malignas, de azafrán y tortilla flaca.
Las palmeras chasquean, villanas, su látigo y sus ardillas,
tiemblo ante el capricho del acontecer venidero,
como resurgiendo despavorida,
y sigo las curvas
de las ninfas sencillas, de ámbar, dúctiles,
ensimismadas, envolviéndose, evaporadas, litúrgicas,
en sedas puras que rasgan
en descomunal secreto su balbuceo abrasado.
Sedimentos
reminiscentes y olorosos a eucalipto mojado
densificándose para el aterrizaje mañanero y sus estadios
y tú, Pablo,
en la espiral única conmigo;
Whitman, de Rokha, Maiakovsky,
toda la fronda social florida fructificada.
Acuarium lacerado de belleza
salvaje, diáfano, retablo
que soterra y escarba espectros temporales
en la barriga de un racimo
de uvas en tortura, agobiadas,
soleadas y envejecidas
al rescoldo monstruoso del prejuicio.
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