*
Arrullo,
sin querer, en mi regazo, un agudo silencio devorador
en torno a la cadencia que suministran los míos lienzos viajeros
sobre una superficie de
/ cristal.
He aquí, Pablo de Rokha, el monólogo
enroscado al desolado cáliz-delirante
de
la incomprensible, amarga y misteriosa
infancia de América y sus cangrejos dorados.
Desdoblado
por cobalto de amaneceres sin rumbo y céfiros,
o rústico calado de oro y plata por himno y por cabeza contemporánea,
granítico añil local que
evoca delirios, noticia, análisis, leyenda,
de lo quedado atrás: plumaje,
ladrillo, y soledad inevitable.
Emoción
de metal entre metales del Titicaca-silabario
ídolo de doble y triple dentadura
planetaria, panteísta, banderola, contumaz,
abyecta de mirlos como trompos subjetivos.
Ni rama, ni pez, ni brizna, ni sien de olvido, herida.
Amalgama de caracoles adheridos
a la perspectiva infinita,
ajadas serranías, cavernas,
abruptos peñascales, rebelión, melancolía1
y lechuzas sentadas, piojos, miasmas, monos y2 enormes vientos.
1 Coma
en Arenga sobre el arte, p. 215.
2 Ídem.
|